“Vivir en un hotel, ¡qué vergüenza!”

Dibujo: Confinamiento en Perú, 2020 © François Jomini / ATD Cuarto Mundo

Un mercado de la miseria

Fuente: Fundación Abbé Pierre (organización francesa que trabaja para lograr viviendas y vida digna para familias desfavorecidas), 26º Informe anual 2021.

En uno de sus artículos, Erwan Le Méner, sociólogo, subraya la fuerte expansión del mercado hotelero de la miseria. Se trata de una modalidad de alojamiento “reciente” para las personas que no son orientadas a otras estructuras de alojamiento o centros especializados.

El alojamiento de emergencia favorece cada vez más el uso de instalaciones hoteleras como soluciones llamadas sociales. Diferentes organizaciones (Samur Social, Ayuda Social a la Infancia, Centros de acogida especializados y consejos generales) pueden orientar a personas a estos hoteles por períodos raramente definidos de antemano.

Siguiendo un complejo patrón de acción pública en materia de alojamiento de emergencia, analizado en el artículo de E. Le Mener, esta estructura hotelera funciona como un circuito paralelo a otras instalaciones de alojamiento de emergencia (por ejemplo, los Centros de acogida para solicitantes de asilo o los Centros de alojamiento y reinserción social). Este circuito hotelero recibe sobre todo a las familias migrantes que no pueden acceder a otras prioridades de alojamiento. A menudo se trata de hoteles de baja categoría.

Fuente: Informe de actividad del Samur Social de París, 2020.

Voluntarias del Movimiento Cuarto Mundo en hoteles “sociales”

Carine Parent y Ángela Ugarte, ambas voluntarias permanentes del Movimiento ATD Cuarto Mundo, han convivido con familias que viven en hoteles en la región de París. Carine vivió durante un año y medio en un hotel social de seis plantas en París. Ángela, por su parte, visitó de manera regular durante nueve meses a unas cuarenta familias que vivían en un hotel de tres plantas situado en una zona industrial en la región parisina.

Poco a poco, los vecinos de habitación se van conociendo y, a veces, tejen fuertes vínculos y se apoyan mutuamente. Esto es lo que permite sobrevivir cuando se vive día a día, en un alojamiento minúsculo durante un periodo de tiempo incierto.

Mientras que algunas de las familias que Carine y Ángela conocieron habían llegado recientemente, otras llevan varios años en Francia.

La vida cotidiana de estas familias

En el hotel donde vivía Carine, hay una única y diminuta cocina con dos placas y un microondas, ubicada en la sexta planta. Es el único espacio colectivo donde las familias pueden reunirse y preparar sus comidas.
Los primeros pisos están reservados para menores de edad y mujeres solas con hijas e hijos pequeños. Carine observa que estas mujeres suelen quedarse sólo unas semanas en el hotel, a diferencia de las familias cuyos hijos son mayores y ya están escolarizados.
Los menores no acompañados son jóvenes recién llegados a Francia. Por lo general están acompañados por la Oficina de Asistencia Social a la Infancia. En este hotel, no se atreven a subir a la sexta planta para preparar sus comidas.
Un día, un joven le pidió a Carine que le leyera una carta que acaba de recibir. Ella le invitó a su piso, pero el joven le respondió inmediatamente:

“¡Pero no puedo subir a ese piso! La gente pensará que voy a robar o atacar a alguien. ¡No puedo subir, es el piso de las familias!”

Bajo vigilancia permanente

En ambos hoteles, los huéspedes están bajo vigilancia permanente. Hay cámaras fijas en varios lugares en las paredes de los pasillos de cada planta, en la cocina… “Es asfixiante”, dice Ángela.

  • En lugar de subir a la cocina, los jóvenes reciben tickets por parte de la Oficina de Asistencia Social a la Infancia, que sólo pueden utilizar en una tienda de kebabs o en una pizzería cercana. Y por la mañana, en la recepción, los jóvenes se comen una magdalena de pie y se toman un café rapidito Para algunos, su dieta diaría parece reducirse a eso.

En el hotel que estuvo visitando Ángela, el último piso está reservado para los huéspedes que trabajan en empresas cercanas. Las otras dos plantas están reservadas para las familias que esperan sus papeles. Algunas llevan tres o cinco años viviendo allí. Los padres y madres trabajan principalmente en la construcción, la limpieza y el cuidado de niños. La mayoría no están registrados.

  • Las cuarenta familias del hotel al que iba Ángela comparten ocho placas de cocción. Este número, totalmente desproporcionado con respecto al número de residentes, les hace la vida especialmente difícil y provoca conflictos diarios. Las familias empiezan a preparar sus ollas y sartenes en las habitaciones y luego tienen que hacer cola ante las placas para poder preparar la comida.

Las habitaciones son especialmente pequeñas. Algunas madres están encerradas todo el día con sus hijas e hijos. El hotel está aislado en una zona industrial y no hay un lugar adecuado, ni siquiera al exterior, para jugar y tomar el aire con los niños. Los padres y madres suelen pasar el día trabajando o buscando trabajo.

Durante los periodos de confinamiento, no se permitía a las familias salir de sus habitaciones en absoluto, lo que hizo muy difícil que pudieran satisfacer adecuadamente sus necesidades básicas.

“Vivir en un hotel “social”, ¡qué vergüenza!”

  • La mayoría de las y los jóvenes, solos o acompañados, asocian su dirección con la humillación. A menudo dicen: “Vivir en un hotel social, ¡qué vergüenza!”

Una pareja lleva más de doce años viviendo con sus dos hijos en el mismo hotel en el que estaba Carine. El menor, de 11 años, sólo ha conocido este tipo de alojamiento. La madre compartía su indignación con Carine:

“¡No entiendo! Los hoteles son caros. Si tuviera un piso, podría cocinar para mis hijos y podríamos estar en familia.”

Ángela observa lo difícil que es moverse por las habitaciones del hotel debido al espacio que ocupan los pocos muebles en este minúsculo espacio. De modo que la cama acaba teniendo múltiples usos. Es a la vez un escritorio para hacer los deberes, una mesa para comer, un sofá, una alfombra…

  • Cuando una madre tomó la iniciativa de equipar la habitación del hotel con una mesita para que su hija pueda hacer sus deberes, le dijeron que la retirara inmediatamente porque iba “en contra de las normas”. Entonces la madre presentó al director una prescripción médica en la que se indicaba que la niña tenía que hacer sus deberes sentada correctamente en una mesa por motivos de salud. A pesar de ello, la rechazaron de nuevo. La madre y la hija tuvieron que soportar esta nueva humillación.

Algunas habitaciones tienen duchas, otras no. Cuando las duchas y los baños son comunes, algunas familias temen que la intimidad de sus hijas e hijos sea compartida con personas extrañas. ¿Cómo aceptar que sus hijas e hijos vayan solos a ducharse en estas condiciones?

Gestos de apoyo mutuo

En el hotel donde vivía Carine, las familias que llevan mucho tiempo allí están en los dos últimos pisos. Aunque a menudo digan que “la vida es dura”, que “la vida es miserable”, estas familias se esfuerzan por fortalecer los lazos que las unen. Al vivir juntas, inventan constantemente nuevas formas de apoyo mutuo.

En la pequeña cocina, las mujeres a veces cocinan juntas y se enseñan recetas. Uno de los residentes recoge el pan no vendido de la panadería local para distribuirlo entre los menores no acompañados y los demás residentes del hotel.

  • Un día, Carine llevó a una de sus vecinas a la maternidad. Cuando volvió al hotel y mostró la foto del bebé, las familias celebraron el nacimiento. “Fue realmente una fiesta, fue maravilloso”, recuerda Carine. Poco después, la madre tuvo problemas de salud y no pudo atender plenamente a su hijo. Inmediatamente, otras mujeres se movilizaron. Pidieron a sus hija e hijos mayores que cuidaran de los más pequeños. Y empezaron a turnarse para ayudar a la joven madre y guiarla en el cuidado del bebé, por ejemplo, dándole el baño. Mientras tanto, otras mujeres consiguieron comprar los medicamentos que necesitaba en la farmacia.

Una lucha común

Erwan Le Mener se refiere a una forma de acogida “centenaria de los pobres y los inmigrantes” en Francia, que se repite a lo largo del tiempo. El alojamiento en hoteles no aptos para familias debería haber desaparecido. Sin embargo, sigue siendo una forma de dar alojamiento a familias muy pobres. El autor también observa la entrada de muchos nuevos actores en este sector, que parece ser más lucrativo que la hostelería tradicional.

En todas las épocas se han inventado lugares específicos para albergar personas y familias que viven en la miseria. Los inmigrantes que abren la puerta de un hotel social o que viven en la calle se hunden poco a poco en la pobreza extrema. Estas personas viven situaciones que hacen pensar en lo que viven las personas y familias del Cuarto Mundo. Todas ellas aspiran a ser reconocidas como ciudadanas y ciudadanos de pleno derecho que quieren ser escuchados y participar en un mundo común.