No podíamos ofrecer más que lo que éramos

Artículo escrito por un voluntario permanente de ATD Cuarto Mundo en Francia

  • “Lo determinante en el Movimiento, desde su origen, fue que no podíamos ofrecer otra cosa que nuestras personas. No poseíamos nada, no éramos ningún organismo de casas baratas, ni de trabajadores sociales dependientes de un servicio. Nuestros pechos y el corazón que en ellos latía, era lo único que podíamos ofrecer. Nuestra total desnudez, nuestra falta absoluta de medios, nos han permitido ser aceptados por las familias más desvalidas. No teníamos ningún poder, ni político, ni social; ni tampoco la garantía de una confesión religiosa. Llegábamos con las manos vacías, los pies desnudos, al corazón de la miseria. No podíamos ofrecer más que lo que éramos, mujeres y hombres decididos a consagrar nuestras vidas a combatir con los que se encontraban marginados en la miseria. Nuestro único objetivo era el hombre, la promoción del hombre. Quisimos desde el principio que estas familias que viven en la extrema pobreza fueran los defensores de sus hermanos. Veníamos de lejos, sin relaciones, atados a la condición de la desnudez total de las familias.”1

Joseph Wresinski

Ser voluntario con las manos vacías hoy

Estoy esta mañana en el medio de día. Sentado allí como todos los demás. Tengo un café. Estoy charlando con Jocelyne, una señora que conozco por primera vez. Cuando tomo el periódico que me tiende para que lea el horóscopo, derramo mi café. Mientras limpio, ella busca en sus bolsillos monedas amarillas y rojas sin mediar palabra, y me da los 50 céntimos que necesito para comprar otro. Acepto y se lo agradezco cordialmente.

Un día, Jeanne me pregunta a qué me dedico. Le hablo de ATD Cuarto Mundo. Me invita a su casa y cumplo la invitación. En su casa, me lee los poemas que ha escrito.

Conozco a Alexandra (y a muchos otros) a unos pasos de una comida al aire libre organizada para personas que viven en la calle. El ambiente es fraternal, pero la mesa de servicio forma una frontera entre los que dan y los que reciben.

Estoy al lado, no doy ni recibo nada: estoy presente, charlo, encuentro. Un día, tras varios meses de discusiones periódicas, Alexandra me pregunta si le puedo encargar un libro que le han recomendado: no tiene tarjeta de crédito para pagar en línea. Se lo pido y me lo reembolsa la próxima vez que le doy el libro.

  • “Prefiero las historias reales”, dice sobre su lectura. “No me interesa la ficción. Este libro es una historia triste. Me gusta porque es verdad. Me digo que no soy infeliz, porque otras personas pasan por cosas muy infelices, incluso los niños.” Entonces pensaré en ella mientras leo El arte de nada (L’art de rien) de Philippe Barbier, y le prestaré el libro.

La mano que da está por encima de la que recibe

Una noche, al lado esta misma comida, un hombre que no conozco se encuentra a unos metros, evidentemente incómodo por estar allí. Tal vez sea la primera vez que viene.  Nadie se acerca a él, yo sí. “¿Qué haces aquí?”, me pregunta, desconfiado. «¿Eres voluntario aquí?” Respondo que no, que vengo a conocer gente. “¿No tienes nada más que hacer?” Pero lo superamos rápidamente. La conversación se instala y será larga, nos acostumbramos el uno al otro. Así comienza una relación regular con Franck.

Si “la mano que da está por encima de la que recibe”, venir con las manos vacías es dar(se) la posibilidad de estar al mismo nivel.

  • Geneviève de Gaulle Anthonioz cuenta un episodio de su primer día en el barrio de chabolas de Noisy-le-Grand: “A petición suya, una familia abrió la puerta de su ‘iglú’ al padre Joseph, que me presentó. […] Hacía mucho frío, más que a fuera, y me sorprendió oír al padre Joseph pedir un café para nosotros. ¿Cómo era posible, en tal indigencia? Los niños desaparecieron y volvieron con bastante rapidez, trayendo dos vasos, un poco de café y azúcar, mientras el agua se calentaba. Nos tomamos el café a la luz de una vela colocada en una botella. […] Los dejamos agradeciendo el café, y no pude evitar pensar en la pequeña ración de pan que compartíamos en Ravensbrück. Lo peor es no poder dar nada – dijo el padre Joseph –  y que nadie te pida nada más.”2

Recibir la palabra del otro

Venir con las manos vacías es sin duda también saber recibir la palabra del otro. “¿Te doy un consejo?», me pregunta Franck durante nuestra primera conversación. ¡Claro que sí! Este viene de su experiencia de vida: “Nunca vayas al ejército. Nunca dejes ir a nadie de tu familia.”

  • «El dar es signo de superioridad, de ser más, de estar más alto, aceptar sin devolver o sin devolver más, es subordinarse, transformarse en cliente y servidor, hacerse pequeño, elegir lo más abajo»3Marcel Mauss (1923, 1971), Ensayo sobre los Dones: Razón y Forma del Cambio en las Sociedades Primitivas, Sociología y Antropología, Editorial Tecnos[\note] –  mostró Marcel Mauss hace un siglo.

Hoy, basta con escuchar a Franck para comprender que, para él, recibir sin poder devolver es una humillación:

«Cuando vengo aquí o al centro de día, no tomo nada. O simplemente un café. E incluso entonces, pago el café. La última vez les di 10 euros, ‘¡Tomen, para su café!’”

Una noche, le meten, literalmente, todo tipo de comida y ropa en las manos. Más tarde, acabará sacando todos estos «dones» de su bolsa y los devolverá, en silencio. Hablamos, critica las estructuras de ayuda frente a mí. Pregunto: ¿Qué esperas de ellas?” “Bueno, hablar. No es malo hablar. Pero mira: aquí, aparte de ti, ¿quién me habla?

Situarse en la reciprocidad

Según Mauss, el don exige siempre un contra-don: dar, recibir, devolver, esta triple obligación permite la recreación constante del vínculo social. De ello podemos concluir que negarse a respetar una de estas obligaciones es una violación de la dignidad del otro; que situarse en una relación de reciprocidad es respetar la humanidad del otro.

Sí, pero ¿cómo hacerlo? “No teníamos más que ofrecer que lo que éramos.” Ofrecerse, aunque sea “sólo” sí mismo, ya es mucho y no es tan sencillo. Así que probablemente no baste con saber recibir (un café, un consejo, aprender una palabra en el idioma de la otra persona, etc.), sino también saber dar de sí mismo. «¿Y tú?» A menudo, es la otra persona la que, en una discusión, me da la oportunidad de dar algo de mí a cambio. Y esto, sin duda, nos invita a cuestionar la «distancia profesional», a negarnos a interpretarla como la exigencia de permanecer indescifrables frente a quienes se les pide que entreguen todos los elementos de su vida.

Ofrecerse uno mismo, es enorme

«¡Eres un inútil, mira, tienes las manos en los bolsillos! Si tuviera que esperarte para poder comer, estaría jodido», me grita una noche Julien.

Y tiene razón: no estoy aquí para ser útil, y menos para que me esperen para comer. Entonces, ¿por qué estoy aquí? Ta vez “ser un inútil” sea la condición para llegar a las personas más alejadas de los servicios. Tal vez un camino largo y constante, en una relación que inicialmente no tiene otro propósito que sí misma, pueda poco a poco llevar a superar la incomprensión y hacer surgir la voluntad y la capacidad de cambiar las cosas juntos.

  • ¡Cuán exigente es este camino trazado por ATD Cuarto Mundo a lo largo los textos que hemos citado aquí, y en el que modestamente intento anclar mis pasos! Porque venir con las manos vacías es tener que dar de sí. Porque no tener más que ofrecer que uno mismo, ya es enorme. Porque no tener «ningún poder» no borra una cierta responsabilidad: la que se dan el uno al otro dos seres humanos que crean una relación.

 

  1. Joseph Wresinski (1983, 1996), Los pobres son la Iglesia, Madrid, Ediciones Cuarto Mundo, pp. 18-19.
  2. Geneviève de Gaulle Anthonioz. (2001). Le secret de l’espérance. Fayard / Editions Quart Monde. pp16-17.