Un camino concreto con los más pobres

En esta semana, el 5 de diciembre, se celebra el Día Internacional del Voluntariado. Comenzó como una observancia internacional ordenada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1985. Este día es un llamado a reconocer el espíritu del voluntariado y el potencial de esta forma de acción colectiva para asegurar un cambio radical a escala local, nacional e internacional.

ATD Cuarto Mundo es un movimiento internacional basado en el compromiso de voluntarias/os permanentes, de militantes Cuarto Mundo y de aliadas/os. El voluntariado desempeña, por tanto, un papel esencial: estas personas que aman la justicia deciden cambiar de vida para ponerse al lado de los oprimidos por la pobreza con el fin de luchar juntos contra todas las formas de injusticia, exclusión y violación de los derechos humanos.

Esta semana, el Movimiento ATD Cuarto Mundo rinde homenaje a todos los/as voluntarios/as que han hecho de su compromiso contra la miseria una opción de vida y que están al lado de los más pobres para que nadie se quede atrás.


Originaria del “ombligo del mundo” andino, Cusco en Perú, Edith Saire es voluntaria permanente desde hace diez años. Relato de un colorido itinerario.

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“Impregnarse de la vida de los más pobres”

Inmersa desde su infancia en la fe católica, Edith quería ser monja. A la edad de 19 años, conoció la congregación de las “Hermanas de la Divina Providencia de Crehen”, vinculada a la teología de la liberación1. Cuatro años después, la congregación cerró sus puertas porque las monjas ya eran muy mayores. Edith se fue a estudiar informática, pero su atracción por el mundo social permaneció intacta.

Después de graduarse, una amiga le ofreció la oportunidad de enseñar informática a niños y jóvenes en la ciudad de Cuyo Grande, a una hora de distancia de su ciudad natal: “Fue realmente por casualidad. Ella no podía manejarlo más, así que me llamó”. Trabajaba en estrecha colaboración con el Movimiento ATD Cuarto Mundo, a la iniciativa de este proyecto. “Despertó mi curiosidad”, dice. “Comprendí que este Movimiento estaba luchando por la erradicación de la miseria”. Edith habla quechua, una ventaja considerable para acercarse a la población local: “ATD Cuarto Mundo creó grupos de familias llamados Uyarinakusunchis en quechua, lo que significa ‘nos escuchamos’. Eran las Universidades Populares Cuarto Mundo y las familias hablaban quechua, así que yo hacía las traducciones y la interpretación. El quechua es el idioma de mis abuelos”. Desde entonces, la magia operó y Edith se unió a ATD Cuarto Mundo para “buscar la igualdad para todos y el respeto de los derechos humanos que no son una fórmula, sino un camino compartido con los que han sido más perjudicados. Pude impregnarme de la vida muy difícil de los más pobres y del trabajo de ATD Cuarto Mundo ante estas situaciones, especialmente en lo que respecta al cambio en la forma en que se mira a los más pobres, promoviendo una mirada basada en el respeto de la dignidad humana. Fue revelador para mí. Redescubrí el significado que quería dar a mi vida, este camino concreto junto con los más pobres”. Un año después de su encuentro con el Movimiento, Edith integró el voluntariado permanente de ATD Cuarto Mundo en el equipo de su país, concretamente en Cuyo Grande.

En 2009, durante una sesión de formación, conoció al que hoy es su marido Jonathan Roche, un joven voluntario francés. A la joven pareja se le ofreció una misión en la Casa de Vacaciones Familiares de La Bise en la región del Jura en Francia.

Poder reunirse con la familia

La Bise es una Casa de Vacaciones Familiares donde familias que viven en situación de pobreza, a menudo separadas por orden judicial, pueden reunirse en un lugar agradable y pacífico, propicio para descansar y compartir. Esta nueva misión conmocionó a Edith:

  • “Hemos acogido a tantas familias, cada una con su propia historia, pero con una cosa en común: el profundo sufrimiento de la retirada de sus niños/as. He observado la devastación causada por esta separación, una destrucción que es tanto emocional como física. Era real, la gente estaba paralizada por este sufrimiento. Había oído que la pobreza y la extrema pobreza existían en todas partes, en todos los países del mundo, incluso en los más desarrollados como Francia, Luxemburgo, Suiza o Bélgica, países de origen de muchas de las familias que acogíamos en La Bise. Países ricos que no lograron dar solución a la miseria dentro de sus propias fronteras. Muchas personas en situación de pobreza están sometidas a un sistema de asistencia y control que rompe su motivación, su entusiasmo por el futuro, la esperanza y los sueños que les ayudan a proyectarse. ¿Qué es lo que le da equilibrio a la vida humana? ¿Cómo puede una persona que está inmovilizada debido a la asistencia, el distanciamiento y los juicios, encontrar una palabra liberadora que le permita afirmar que construye su mundo?”

A lo largo de estas estancias se organizan numerosas actividades: paseos de natación al lago, cascadas, visitas a cuevas, actividades manuales como pintura, costura, elaboración de álbumes de fotos de familia, teatro, etc. A través de estas actividades, Edith descubre que, en algunos casos, “la gente tiene muchas dificultades, especialmente con la coordinación motora fina. Esto limita su creatividad. Me preguntaba… ‘¡¿Qué habrá pasado?!’…me conmovió mucho”. Durante los talleres de masaje pudo nacer una confianza mutua: “nos dábamos masajes, les encantaba […]. Poco a poco, la gente se fue abriendo”.

  • “Recuerdo el rostro de cada persona cuando llegaba. Veía sobre todo la fatiga, la tristeza, la amargura y la falta de confianza. En contraste, sus rostros al salir revelaban una sorprendente transformación: sonrisas, ojos brillantes, la belleza de cada niño y cada padre, se podía ver la alegría”.

Un compromiso familiar en Cuyo Grande

Después de esta misión en las montañas francesas, la pareja, ahora acompañada por tres niños pequeños, se trasladó a la sierra peruana donde Edith dio sus primeros pasos como voluntaria: de vuelta a Cuyo Grande en Perú.

A pesar de ser de la región, Edith describe una experiencia inédita en cuanto a las diferencias entre los entornos urbanos y rurales peruanos: “Me di cuenta de que era una extranjera en Cuyo Grande.” Entre sus descubrimientos: “Comprendí que la Pachamama (madre tierra) tenía un profundo valor. Nos alimenta y nos da vida. Podemos cultivarla toda la vida, sigue siendo generosa. Me sorprendió la tenacidad de las mujeres que dedicaban su vida a trabajar la tierra, pero sobre todo su capacidad para proyectarse, organizarse y soñar. La vida no es fácil para los más pobres en el campo; sobrevivir es una lucha diaria. Muchos no tienen acceso a la tierra para cultivarla, por lo que ofrecen su fuerza de trabajo a otros, y tienen trabajos muy duros a cambio de un pequeño salario o un plato de comida.

Algo que también me impresionó mucho fueron las asambleas comunales donde se discuten los intereses de la comunidad de manera democrática. Estas asambleas marcan el ritmo de la vida comunitaria. La voz de los miembros de la comunidad debe ser escuchada, respetada y ejecutada por las autoridades comunales».

Como todos los habitantes, Edith y Jonathan tuvieron que participar en las asambleas comunales, como también en los trabajos comunitarios (reparación de puentes, carreteras, etc.), en las cosechas en los campos y en obras de construcción. También tomaron parte gradualmente en los eventos de la vida de los habitantes: funerales, bodas, celebraciones, etc.

Entre estos momentos compartidos, Edith quedó profundamente marcada por las sesiones de cocina colectiva en el contexto de las comidas escolares. En la escuela de Cuyo Grande, no existe un comedor como tal: todos los días, los padres se turnan para proveer algo de comida y cocinar a los 250 niños de la escuela (desde el jardín infantil hasta el instituto): “con tres niños en diferentes clases, nuestros turnos llegaban rápidamente”. Habitualmente eran las mujeres las que se encargaban de esta tarea, hasta que Jonathan empezara a participar. Desde entonces, otros hombres también se unieron. Para Edith, cada momento compartido con otros padres era una oportunidad para conocer mejor a los habitantes:

  • “Las largas conversaciones que tuve con cada madre, de las que retengo verdaderas lecciones de la vida. Conocía su forma de organizarse, su trabajo, su estado de salud, sus dolores, sus sueños, sus esperanzas, sus fortalezas y debilidades”.

Simultáneamente, Edith y Jonathan desarrollaron bibliotecas de calle, o mejor dicho, “bibliotecas de campo” como las llaman: “Allí, estamos en el medio de la sierra, no hay calles como tales, así que preferimos llamarlas bibliotecas de campo”. Estas relaciones han permitido reforzar una vez más los lazos con los/as niños/as y sus familias, en particular con las personas más excluidas de la ciudad. En estos casos, el compromiso familiar adquiere todo su significado: “Nuestros hijos nos han abierto muchas puertas para integrarnos y ganarnos la confianza de los habitantes de Cuyo Grande. Esta vida compartida nos ha aportado un gran equilibrio en nuestra pareja y enriquecimiento como familia”.

Si usted también tiene interés por el voluntariado, puede ponerse  en contacto con ATD Cuarto Mundo en su zona.

  1. corriente de la iglesia católica nacida a finales de los años sesenta en América Latina. Ante la miseria inhumana que vivía la mayoría de la población, pone el acento en la urgencia de acabar con esta injusticia a la luz del evangelio