El tiempo, las mareas –y las tendencias de Twitter– no esperan por nadie | Diana Skelton

Diana Skelton
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Las personas oprimidas han sido silenciadas e ignoradas desde que la opresión existe. Pero los rápidos cambios que han sufrido las comunicaciones en los últimos años están transformando la naturaleza de lo que esto significa. Antes de la existencia de las redes sociales, el discurso público sobre la pobreza y la injusticia permanecía densamente concentrado en manos de magnates editoriales, profesionales de los grupos de presión y de un puñado de destacados periodistas y académicos. Actualmente, con casi dos millones y medio de personas disfrutan de acceso a Internet y el estruendo provocado por la nuevas voces que invaden la gigantesca caja de resonancia global aumenta cada minuto.

Gran parte de este mérito proviene del empoderamiento actual mediante redes colaborativas de información e ideas. Nunca antes tanta gente tuvo la oportunidad de ser escuchada por tantas personas. Ahora todos, desde las organizaciones sindicales hasta activistas políticos o artistas, pueden entablar directamente un diálogo con el público sin siquiera pisar la calle.

Pero la comunicación sigue estando alejada de las voces de las personas en situación de extrema pobreza. Una razón es la falta de acceso a medios como la alfabetización, la electricidad, idiomas de uso internacional, o amigos que puedan ayudar a los recién llegados a encontrar una vía entre las zarzas y los baches de Twitter, por ejemplo. Solo el 15% de ciudadanas y ciudadanos africanos tiene acceso a Internet, mientras que, en Norteamérica, la cifra es del 78%. Incluso en Norteamérica hay diferencias entre los campus universitarios donde a cada estudiante se le ofrece conectividad ininterrumpida y poblaciones rurales de escasos ingresos donde las personas pueden decidir en cambio invertir su tiempo en relaciones auténticas con sus vecinos de los que dependen forzosamente.

Otra razón por la que las personas en situación de extrema pobreza siguen siendo ignoradas es la rápida y creciente velocidad y volumen del sinfin de voces que se alzan «en su nombre». En 2004, cuando ATD Cuarto Mundo publicó How Poverty Separates Parents and Children (Como separa la pobreza a padres y madres de sus hijos e hijas), hubo un intenso debate público sobre el fraude de la adopción en Guatemala: adopciones internacionales de niños secuestrados que incluían a mujeres pagadas por fingir ser madres que habían abandonado a «sus hijos». Algunos miembros de ATD Cuarto Mundo en Guatemala habían perdido a sus hijas e hijos en esta red de secuestros, o por el contrario, los encerraban en sus casas, solos, como única medida de protección. Pero ninguno de ellos quería hablar sobre el tema. Al compartir el dolor de toda su comunidad, se sintieron ofendidos por el hecho de que el debate público ya estaba teniendo lugar sobre ellos en su ausencia. Sin embargo, eligieron contribuir en la investigación hablando de otros ámbitos de su realidad diaria, entre otros, de todos los esfuerzos que hacen para proteger a sus hijos adolescentes de los peligros de la violencia callejera. Sobre el asunto del fraude de la adopción, eligieron permanecer en silencio mientras las poderosas voces de ONG internacionales y organismos públicos seguirían insistiendo sobre ello.

Mientras que las voces potentes son cruciales para luchar contra situaciones horribles, sin embargo otras voces podrían fortalecerse y estar mejor informadas si se les permitiera tomar el tiempo necesario para que quienes han vivido la situación en primera persona tomen la iniciativa a la hora de comunicarlo. Cuando la vida de una persona no ha sido más que opresión, pobreza y humillación, esta sabe desde siempre que se espera de ellos –como sucedió antes a sus padres– ser vistos, pero no escuchados. Por supuesto que ninguna de estas personas carece de voz. Tienen una experiencia y una inteligencia que es necesario que el mundo descubra, pero lleva tiempo y esfuerzo crear las condiciones para que tengan la oportunidad de expresarse sin ser juzgadas, y el tiempo de decidir lo que realmente quieren decir, y, sin embargo, las tendencias de Twitter, como el tiempo y las mareas, no esperan por nadie.

Con todo lo bienintencionadas que pueden ser las publicaciones y blogs relativas a la justicia social, con frecuencia también utilizan estereotipos. ¿A qué países se les acusa de violar los derechos humanos? En muchos casos la respuesta es esta: los mismos países que sufrieron décadas de colonización y después la explotación económica por parte de las empresas multinacionales. Dependientes de la ayuda exterior, para estos países puede ser difícil defenderse por sí mismos contra los «países donantes», como Estados Unidos, que tiene recursos increíbles y todavía se permite tener situaciones de personas sin hogar, hambre y falta de atención sanitaria en comunidades de bajos ingresos. Una vez una mujer del Sudeste de Asia me dijo: «Pues claro que creo en los derechos humanos. Pero las palabras empiezan a sonar huecas cuando siempre que se escuchan se utilizan con el fin de golpear a ciertos países, mientras los ricos suelen salir impunes a ojos del público«.

He estado pensando en sus palabras durante la reciente crisis de menores no acompañados que llegaban a Estados Unidos desde Centroamérica. Una vez más, se enumeran muchos elementos para denunciar los peores aspectos de la vida en Honduras, El Salvador y Guatemala. Es cierto que estos países hacen frente a enormes retos y que tras los titulares aun quedan las voces silenciadas de las persona que en estos tres países muestran un verdadero valor para resistir a la violencia. A pesar de todo, por ejemplo, los miembros de ATD Cuarto mundo en esos países, realizan múltiples esfuerzos para, realizar Bibliotecas de Calle dirigidas a niñas y niños, con el fin de ampliar su visión del juego y la cultura.

Pero les llevará tiempo decidir conjuntamente qué es lo más importante que les gustaría decir sobre los titulares actuales y, para entonces, es probable que los temas del momento hayan huido a otra parte.