El árbol que baila

Durante la Campaña Pobreza Nunca Más – Actuar Todos por la Dignidad, ATD Cuarto Mundo impulsó la escritura de historias de resistencia y cambio, de luchas colectivas que muestran que si las personas se unen pueden lograr que la miseria retroceda.
Historias de resistencia que ponen en evidencia que la miseria se puede evitar.
La siguiente historia está escrita por Noldi Christen (Suiza).

En el gran vestíbulo de entrada del Palacio de los Derechos humanos de las Naciones Unidas en Ginebra, nuestra mirada se ve atraída por una escultura maravillosa que brilla. Podría decirse que es un antiguo barco, repleto de piedras de niñas y niños del mundo entero. ¿Encima hay un móvil decorativo: las velas, las ramas? Este árbol barco está lleno, como un tesoro, de piedras preciosas que niñas y niños han recogido en los lugares donde viven y trabajan: 5 000 piedras procedentes de minas, de canteras, del trabajo en el campo, de un cementerio… Pero también de juguetes, de amuletos, de recuerdos de vacaciones, de piedras de colección. Cada piedra cuenta una historia.  [Estas historias se reúnen en el libro En esta piedra está mi corazón].

Esta escultura ha sido realizada por Tapori, la rama infantil del Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo. En noviembre de 1999, delegaciones de niñas y niños de todo el mundo ofrecieron esta escultura cuando vinieron a presentar sus mensajes con motivo del 10º aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño.

  • Las niñas y niños querían crear una escultura que conmoviese el corazón de todas las personas para que, en todo el mundo, a su alrededor, haya más respeto y paz.

A las personas que les acompañaban en la tarea de alcanzar este sueño, les decían: «¡Hay que hacer una enorme escultura por la paz! O una fuente, que resuene como una dulce melodía…». Añadían también: «No debe culpabilizar a nadie, sino dar fuerzas… ¡Debe mostrar que las niñas y niños colaboran con los adultos!».

Y estos adultos, estuvieron a punto de no estar a la altura de los sueños de los niños. Después apareció Philippe, artista de la región de las viejas minas del Norte. Mucho más tarde, para nosotros se hizo evidente que tenía que ser él quien hiciera esta creación única, él, un antiguo niño encerrado, humillado y negado que día tras día había luchado por conseguir momentos de paz y gestos de reconocimiento.

Realizó una obra maestra que la representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos recibió con mucha emoción.

Philippe, todavía lo veo, con las tenazas de la mano, cortando el alambre plateado para rodear con ternura cada piedra, para conseguir sujetarlas al móvil, este árbol del barco de la tierra que baila, con multitud de niños y adultos a su alrededor.

Lo veo también con los ojos cerrados, en mi interior, un niño de siete años que huye en la noche y, ya con las tenazas en la mano, corta la alambrada de la ventana del almacén donde está encerrado, para ir a contemplar las estrellas desde lo alto de la colina, buscando un momento de paz.

Actualmente, el árbol mágico de las Naciones Unidas en Ginebra parece bailar lentamente. Las personas se paran y lo contemplan. Clases de alumnos, grupos de visitantes. También un funcionario, con su bebé en brazos que irradia felicidad y que quiere tocar el móvil para hacer tintinear su campana.

  • En continua búsqueda de equilibrio, este árbol mágico intenta ofrecer un poco de armonía a este mundo desordenado, con la ayuda de quienes cada día lo contemplan.

Para saber más, visite el blog 1001 Historias de Resistencia