¡Un regalo inesperado!

En 2017, ATD Cuarto Mundo hizo una invitación a escribir, ante situaciones de injusticia y extrema pobreza, historias reales de transformación que muestran que cuando nos unimos en una misma lucha podemos lograr que la miseria retroceda.
En nuestro sitio web para favorecer una expresión colectiva intentamos no firmar los artículos, salvo en casos excepcionales. En este caso se trata de personas precisas que intentan poner en valor historias experimentadas en primera persona.

El encuentro entre Eric y Donald en el metro de París; uno de ellos vende cada día en los andenes, el otro vende poemas. A partir de este encuentro nace un poema que cambiará la vida de Eric.

Por Donald Tournier (Francia)

D urante un tiempo, me encontré vendiendo poemas en los vagones del metro de París; era una elección libremente aceptada.

La mayoría de los trabajadores clandestinos del metro, músicos, mendigos, vendedores ambulantes, no gozan del privilegio de la elección. Se ven reducidos a solicitar la solidaridad de los viajeros: situación humillante que provoca la hostilidad de muchos pasajeros.
Entre esas personas desesperadas, muchos beben, se drogan o se pelean en los andenes. La miseria y el aislamiento hacen que surjan comportamientos de autodestrucción o violencia, así como el desprecio o la desconfianza de los pasajeros.

Durante la temporada que pasé en el metro, aprendí a conocer a algunas de esas personas humilladas, en especial a Eric.
Pequeño, encorvado, flaco, sin dientes, Eric iba por los pasillos y los vagones del metro con una bolsa con todas sus posesiones. Dormía en los andenes. Nos saludamos durante meses al cruzarnos antes de hablarnos realmente. Las personas del metro se conocen todos de lejos, pero en rara ocasión de manera personal.

Un día, mientras el metro estaba parado por un paquete sospechoso, Eric y yo dialogamos durante algunos minutos y al terminar me pidió uno de mis poemas. Por supuesto le di uno de buena gana.
La siguiente vez que nuestros caminos se cruzaron, parecía molesto. Me tenía que pedir algo, que no es algo que se pide únicamente a un conocido del metro. Así, el diálogo saltaba de un tema a otro.

“Mi antigua pareja ya no quiere que vea a mis hijos. Tiene razón, no soy un buen padre, ¿pero cómo puedes ser un buen padre si no puedes verlos? Yo lo intento, pero no tengo ningún lugar donde recibirlos, no tengo casa donde invitarlos, no puedo comprarles nada…
– ¿Cuántos hijos tienes?
– Tres, dos hijas y un hijo.
– ¿Son mayores?
– El mayor va a cumplir veinte tacos [años]. Mi hijo tiene diecisiete, ahora se niega por completo a hablarme. La pequeña dentro de poco tendrá doce años. El próximo mes será su cumpleaños.
– ¿Podrás verla?
– Pues, eso espero… pero me preocupa, no tengo ningún regalo que hacerle”.
Hay un momento de duda.
– “¿Podrías escribir un poema para ella?”.
– “Desde luego, pero, ¿qué es lo que le gusta, lo que le divierte?”.

En ese momento, una mirada de profunda tristeza: no sabe, ha visto tan poco a su hija en los últimos años que ya apenas la conoce.

Pasé infinidad de horas con esa poesía. Sin más información, elegí como tema el amor de un padre por su hija. La guardé durante algunos días en el bolsillo, y se la di cuando me crucé con él en un vagón.

No volví a ver a Eric durante un mes o dos. No me preocupaba: cuando no vemos a alguien en el metro, puede ser tanto una buena como una mala noticia.
Volví a dar con él mientras fumaba un cigarro al final del andén entre dos vías y entonces, prácticamente me tomó entre sus brazos. El poema no solamente le había gustado a su hija más pequeña, sino también a su hija mayor e incluso a su hijo. Había encontrado un empleo temporal en el mercado de Batignolles y, a pesar de la desconfianza de su madre, tenía que visitar a sus hijos el fin de semana siguiente. Me volvió a pedir otra poesía.

No fue el poema lo que cambió las relaciones familiares de Eric. Lo que pasó es que en el fondo, ya lo sentía, y si le hubieran dado la oportunidad, habría podido expresarlo; lo que pasó es que pudo participar en la fiesta familiar aportando algo inesperado y que no se puede comprar.

Algo que permitió a sus hijos ver que su padre pensaba en ellos, aún cuando no pudiera verlos.

Para saber más, visite el blog 1001 Historias de Resistencia