Miseria y vulnerabilidad | Martine Le Corre

Ilustración : detalle del cuadro Madre e hijos, Pablo Picasso

Intervención de Martine Le Corre, delegada general adjunta del Movimiento ATD Cuarto Mundo, Coloquio Penser/exposer la vulnérabilité [Pensar/exponer la vulnerabilidad], Universidad de Caen, noviembre de 2018.

Cuándo alguien sufre una terrible experiencia todo el mundo piensa que es normal que padezca secuelas. Cuando las personas viven cosas insoportables como consecuencia de la miseria es, evidentemente, lo mismo. ¿Quién lo puede negar? ¿Quién soportaría una desgracia como esta sin padecer ningún tipo de secuela, este sufrimiento, esta humillación, esta violación de los derechos humanos? Pero la cuestión de la vulnerabilidad para las personas en situación de miseria es aún más insidiosa.

¿Qué es lo que se esconde detrás de esta cuestión?

En general hablamos de la extrema pobreza, de la fragilidad y vulnerabilidad como una situación de hecho que viven las personas muy pobres. La sociedad siempre ha tenido muchísimas dificultades para reconocer que la miseria es una violación de los derechos humanos y de la igual dignidad y que quienes la viven son víctimas. Siempre volvemos a la cuestión de su responsabilidad. «Si viven así es porque quieren, porque no hacen ningún esfuerzo, porque no hacen lo necesario, porque son personas demasiado vulnerables».

La cuestión de la vulnerabilidad de las personas permite eludir las reflexiones que pueden cuestionar las opciones personales, profesionales, de prioridades y de políticas.

  • Y con mucha frecuencia, la afirmación de la vulnerabilidad de las personas en situación de extrema pobreza permite desentenderse, enmascarar una cierta cobardía y acusar de este modo a las personas más pobres, bien como responsables, bien como «predestinadas» a esta destino obligado que sería la miseria.

Todos los años, invariablemente desde hace décadas, miles de jóvenes salen del sistema escolar sin saber nada, e invariablemente, se repite que son niñas y niños vulnerables y que esta vulnerabilidad es una razón de peso en su fracaso. Sin embargo Marie-Thérèse dirá al presidente de la República E. Macron: «No son nuestros hijos quienes fracasan en la escuela, es la escuela la que fracasa con nuestros hijos» , y tiene razón.

La miseria es demasiado visible

Sí, las personas en situación de miseria son cada vez más vulnerables a medida que cargan sobre ellas los estigmas de la violencia de este sufrimiento que es vivir en la miseria.

  • Pero no tenemos derecho a aislarlas, a encerrarlas en esta representación de vulnerabilidad, sin añadir la palabra resistencia, puesto que sí, la miseria hace vulnerables a las personas que la viven, es algo visible, pero la miseria, además, impide ver la resistencia que demuestran las personas para existir pese y contra todo, vivir y seguir viviendo.

Esto casi nadie lo ve, casi nadie habla de ello. Cuando de verdad estamos juntos ante las terribles consecuencias de la miseria, entonces, descubrimos el continuo coraje de quienes la viven. Pienso en Jérôme que recibe a otras personas en su vivienda social y no dice nada, porque está prohibido, pero que ha conocido la vida en situación de calle y no soporta que otras personas la vivan. Pienso en Ludivine que quedaba con su madre en una plaza para que pudiera ver a su nieta aun cuando los servicios sociales se lo prohibían.

Cuando pertenecemos al mundo de la miseria, observamos nuestra historia, nuestras experiencias personales, descubrimos que a nuestras familias, en un momento u otro, se les fragilizó. Fragilizadas por las transformaciones económicas y por la competitividad en el trabajo hasta que perdemos toda posibilidad de trabajar.

  • Fragilizadas por las expulsiones de los lugares de vivienda hasta que tenemos que vivir de un lado a otro o en situación de calle; fragilizadas por los mismos servicios que deberían ayudarnos y que nos excluyen aún más porque no nos permiten progresar; fragilizadas por la asistencia que nos impide ser protagonistas de nuestras vidas, algo que después nos reprochan.

En general no vivimos únicamente una de estas situaciones que acabo de nombrar, sino todas estas situaciones una tras otra o al mismo tiempo, ¡las acumulamos!

Pero detrás de estas situaciones demasiado evidentes a ojos de nuestros interlocutores, lo que no ven son nuestras resistencias, nuestras iniciativas, nuestros proyectos, porque les parecen insignificantes o incluso poco razonables teniendo en cuenta nuestra situación.

  • De una situación de fragilización pasamos entonces al calificativo de vulnerables, únicamente vulnerables, a ojos de todos, y nos callamos, corroídos por la culpa y la inutilidad.

Palabras que dejan cicatrices

Mi generación, nacida entre la década de los 60 y los 70 en un medio pobre, creció en asentamientos informales y barrios dormitorio; en la escuela nos dimos cuenta que no todos éramos iguales y que únicamente se nos podía considerar a partir de nuestra posición social.

Y nos dábamos cuenta de ello a través de las palabras que recibíamos: hay palabras que te ponen en valor, que te hacen crecer, que te aumentan, y otras que te reducen, te aniquilan, te destruyen, y es con estas últimas con las que me he construido, como todas las personas de mi entorno. Hemos vivido la relegación, la humillación, las separaciones, las expulsiones, la marginación, el aislamiento, los juicios, el rechazo, la vergüenza, el miedo, el desprecio…

Todas estas palabras, cada una de estas palabras ha tenido un efecto sobre nuestras vidas, sobre mi vida, sobre mi historia y sobre nuestra historia común. En un momento dado, me plegué a los juicios de las demás personas, terminé por interiorizar esas palabras, por creer que mi vida no valía gran cosa. No tenía palabras para expresar la injusticia, las palabras para denunciar, las palabras para defenderme.

En lo más profundo de mi ser, a pesar de todo, pude conservar una rebelión todavía silenciosa… Sentía su presencia en mi interior. Tenía 18 años, entonces encontré al Movimiento ATD Cuarto Mundo fundado por Joseph Wresinski en el asentamiento informal de Noisy le Grand (Francia) en 1957.

  • Viví este encuentro con el Movimiento como una auténtica suerte. Por fin la rebelión que se ocultaba en silencio en mi interior podría expresarse, me proponían un desafío considerable, ¡una lucha ambiciosa junto a otras personas!

Entonces me atreví, hablé, escuché, denuncié, reivindiqué, me expresé, controlé mis comentarios, reflexioné, aprendí a creer que no era una inútil y que mi medio social era portador de valores. Aprendí con este Movimiento a descubrir nuestra inteligencia común, nuestra solidaridad, nuestro conocimiento. Estas eran las nuevas palabras que cobraban sentido para mí, en mi vida, y estas palabras también podían transformarse en acciones.

Reconocer los actos de resistencia

Entendí, entendimos, lo mucho que a nosotras, las personas pobres, se nos consideraba como infrahumanas, se nos miraba a partir de nuestras carencias: falta de vivienda, de trabajo, de higiene, de recursos, de criterio, y además añadiendo la palabra «demasiados»; demasiados defectos, vicios, taras, adicciones, demasiado violentos, demasiado dimisionarios, demasiadas carencias, demasiadas vulnerabilidades que hacen de nosotros solamente seres frágiles, reducidos a la imposibilidad, a la incapacidad incluso de poder pensar y ser portadores de conocimientos.

Hace poco, en un juicio para recibir ayuda educativa relativa a raíz de una intervención de institucionalización de unos niños,

  • uno de los argumentos del juez era reprochar a la familia que habían dejado de ir a los bancos de alimentos y que eso contribuía a fragilizar a la familia mientras que, para ellos, el hecho de no acudir a los bancos de alimentos era un acto de resistencia, era rechazar una cierta dependencia.

Proteger a las familias porque se las considera demasiado frágiles, demasiado vulnerables, es peligroso, y profundamente injusto cuando únicamente se quiere ver eso de ellas.

Porque, incluso cuando se trate de nuestro derecho, en razón de esta relación de protección que se transforma en una relación de poder sobre nosotros, seguimos estando obligados a luchar para que se respeten los derechos más elementales.

  • Las familias rechazan que se les reduzca a lo que se quiere hacer de ellas, obedientes y sumisas en razón de su fragilidad y su vulnerabilidad. No podemos seguir negando de este modo la resistencia y que se quiera ver únicamente de nosotros nuestra vulnerabilidad.

La vulnerabilidad puede ser también algo positivo en la relación entre los seres humanos. Ser vulnerable a las reflexiones, a las ideas, a las opiniones, a los actos de las demás personas es aceptar dejarse «encaminar» por las demás personas, dejarse «alcanzar» por las demás en vez de mantenerse inamovible en sus propias certezas.

Mientras no aceptemos nosotros mismos ser vulnerables a las personas en situación de pobreza, si rechazamos que nos perturben, si negamos su experiencia y su resistencia, no podremos, conjuntamente, extraer ninguna enseñanza ni comprensión que nos permita unirnos y poner fin a la miseria.

Para ver la versión completa de la intervención de Martine Le Corre [en francés].